miércoles, 6 de febrero de 2008

El ¿color? ¿calor? de agosto

Lo primero gracias a ti. Nosotros, los lectores, no somos gente especial, somos gente casual que leyó tu obra porque un profesor pirado no deja de hablar de ti en clase y, claro, con semejantes argumentos no hay persona con un poquito de curiosidad que se resista. Sé que nunca leerás ésto pero me figuro que tú nunca imaginaste que precisamente yo, que no soy nadie (ni siquiera tengo un nombre de verdad, ni soy la dama del Lago), contestaría a esa carta de "Habla algo de teatro, me dicen". Resumiendo, gracias a ti.

A lo que iba: esta tarde me dije "me niego a hablar más de teatro hasta que se acabe el día", no quería saber más después del atracón de teatro modernista, naturalista, social y todo ese rollo del que sólo salvo a... ¿ninguno? No, pobrecitos, digamos que Dicenta y a Lejárraga (aunque muchos críticos digan que es una autora menor). Pero no quería hablar de eso. Quería hablar de Paloma Pedrero. Hace unos meses, no sé muy bien cómo, mientras leía en una revista (ni idea de cuál) un artículo sobre Mayorga apareció un título, Cachorros de negro mirar, de Pedrero, el caso es que la temática iba ligeramente relacionada con el tema sobre el que estoy trabajando, así que ya que iba a hacer un pedido a Madrid, decidí añadirlo a la lista de "imposibles*". Me llegó hace una semana y junto a él venía El Pasamanos. Las dos me movieron algo dentro. Sé que podría ser más precisa o más bien no podría serlo, pero la que realmente me llegó fue El color de agosto no sé muy bien por qué, pero yo entendí muy bien a las dos protagonistas. Es una de esas obras que te hacen llorar, igual que lloré con La paz perpetua (me muero de ganas de verla, por cierto), con En la ardiente oscuridad, La vida es sueño, La casa de los siete balcones (tengo un trauma con Casona, siempre lloro, soy lo peor), y con muchas otras... No sabría cómo definirlo, pero es una de esas piezas teatrales que te dan ganas de montar tu compañía y dirigirlas. Todas esas emociones contenidas, las palabras no dichas, los gestos inacabados... El amor. Todo.

Lo dicho, gracias a ti.

*imposibles de conseguir en Oviedo, digo.

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