Amor
¿Alfanje? ¿Fuego?
Más simple, sin tanto ruido.
Alef. Marina pisa la calle. Primero ha sacado un piececito del portal y después el otro. Marina se coloca la falda discretamente y se acomoda el abrigo. Marina teme. El cielo, cubierto de herrumbre, presagia tormenta –¡cuán romántico! –Marina aspira hondo, se aparta el flequillo del rostro; empieza a caminar. Menos veinte, puntual. Praga se ilumina súbitamente: un relámpago. Un carro pasa cerca y Marina es salpicada. Marina corre a menos cuarto ¡corre, Marina! ¿Puntual? Sus piernas se mueven rítmicamente mientras el tiempo se encarga de mover la calle a su alrededor. Marina se atraganta y tose y llora y tose… y llueve, llueve mucho. Un anciano le pregunta si está bien “Gracias, en seguida se me pasa” contesta Marina. Son ya las seis y Él puntual como siempre, en la esquina de siempre. Un codo salido de la multitud se clava en las costillas de Marina, una bocina chilla airada ¡muévanse, interrumpen el tráfico! Todo o nada, Marina sonríe un poco triste y Él la mira un poco más triste que de costumbre. Un beso de madera. ¡Amor, Amor! ¡Tú que vives y reinas per saecula saeculorum! grita una de las Marinas. ¡Diluvio! ¡Catástrofe! ¡Huracán! ¡Holocausto! grita la otra. Konstantín dice: “Vamos a casa”.
Bet. ¿A casa? Desasosiego. Marina retrocede y abre los ojos con desmesura. ¿A casa? repite ella. La frase queda flotando en el aire unos instantes, después asciende sobre sus cabezas. No hay casa para nosotros. Marina agacha la cabeza. -Sí, aquí mismo, a diez pasos,- dice Konstantín. –Vamos,- y la coge de la mano. -¡Oh, Kostya! Si tú supieras… -Dos lágrimas de lluvia recorren el rostro de Marina. Konstantín la abraza, -No pienses tanto en ello.- Está bien.
Guimel. En el muelle, olas. Las barquitas, indefensas, luchan contra las olas, pero éstas nunca son lo bastante altas. Un hombre trata de sacar del agua la suya sin conseguirlo, le sangran las manos. -Tú y yo deberíamos, -se calla Marina y se agarra con fuerza a Konstantín. El agua se revuelve en el lecho del río. -Vamos a casa, querida. -El Moldava se retuerce en su lecho, quiere huir de él. Marina agarra con fuerza el brazo de Konstatín. Unas calles más adelante una luz resiste aún la furia de Zeus, una feria, una fiesta. Moldava manifiesta su enfado. No habrá fiesta, no habrá fiesta… No y no. -Vayamos a casa, querida, -insiste Konstantín, pero Marina no le oye. -Tú y yo deberíamos…, -retumba una voz en ella. -¿Marina? -No, caminemos. -Tú y yo deberíamos… -¿Tendremos valor?
Dalet. La luz se hace mayor a medida que se adentran de nuevo en la ciudad. Cogidos del brazo parecen un matrimonio de ancianos o las dos partes de un árbol que se entrelaza desde en tronco, Filemón y Baucis. El barullo de la gente aumenta y los turba. Una joven esposa es llevada hacia una hermosa calesa del brazo del nuevo recién casado. La muchacha, quinceañera núbil, sonríe y su esposo, sesentón, la ayuda a sentarse. El conductor tira de las riendas del caballo castaño y salen despacio entre vítores de viva-los-novios. Marina duda mucho que vivan, al menos él, sonríe con ironía para sí. Konstantín dice que deberían hablar. Por fin. -¿Tendremos valor? -un resto de serpentina de engancha en el tacón de su bota.
He. Konstantín suspira y Marina sabe que ha de ser ella la primera que hable. -¿Ya no me quieres? -Sí, —asevera él, —te quiero. -No, no es cierto, no me quieres. -Me siento cansado... -¿Lo ves? Ya no me quieres. -…triste, consumido… -¿Es esto nuestra casa? -La casa está en nosotros.
Qué hermosas palabras. Qué hermosas. Y qué será de mí si tú te vas, querido. Qué. Para quién serán mis poemas, para quién mis alegrías, y para quién mis llantos. No volveré a escribir. Quemaré mis diarios, quemaré mis plumas, tiraré la tinta al río, sí. Así que el Amor era esto.
-Por favor, usted primero. Marina entra en el café y se dirige al fondo, a la mesa de siempre, entre la sombras, fuera de la vista de miradas indiscretas. Una punzada: Serguéi. Konstantín pide dos cafés a la camarera; mientras esperan, tamborilea con los dedos en la mesa. -Vámonos, -Konstantín, ceñudo acelera el ritmo del tamborileo. Marina le mira apenada. -Vámonos -insiste. -Prefiero morir. -¡Basta ya! -Basta ya… Basta ya de banalidades, de viaje, de versos, de tranvías. ¿El Amor era esto? -El Amor significa la Vida. -No, otro nombre le daban los Antiguos. -¿Nos vamos? -¿Dónde? Elige: precipicio, bala, veneno… Muramos. -Yo prefiero la vida. -Rompamos pues.
Vav. Yo no quería esto, de veras. Yo quería sentir… y siento, gracias Kostya, siento, jirón desgarrado de mi alma, cómo revuelves mis entrañas lentamente. Sí, galante embustero, te atreves a regalarme el arma con que me mataste, te atreves a hacer que me crea dueña y señora de estas tierras cuando ya no valen nada. —Eres la primera que se me adelanta en la ruptura. —¡Ah, cruel mentiroso! Te ríes cordial y yo me muero. ¡Por favor! No hables de mí a las que me sucedan. No volveré a escribir, no quiero dramas. Me muerdo los labios, nos herimos, no lloramos. No, no lloramos, en canto y ceniza enterramos al muerto.
-Voy –Marina tiene que llorar -¡No me mires, camina! -La lluvia por fin.
El honor del fin. Por fin. La primera bailarina queda sola en el escenario y se encoge sobre sí misma. Me muerdo los labios, lo más duro en lo más tierno. No voy a llorar ¿cómo lograr que las lágrimas retornen a los ojos? No voy a llorar, no estoy llorando. ¿Así que seremos como hermanos? Tu risa, saeta de fuego, ceniza de la hermana, muerta, ríe aún. Hermanos.
Zayin. El río de nuevo. Se re-tuer-ce, el río sigue llorando. Hacia dentro. Los ojos de Marina se posan en el muelle. Las lágrimas de Marina se posan en el suelo, en su tumba de barro y piedras. Konstantín se para un par de metros por delante y a mira y ella al río. Él hace un gesto con el brazo, va a tocarla pero se arrepiente en el camino y brazo vuelve a su lugar como muerto. Él también tiene ganas de llorar pero aguanta. ¿Acaso deben separarse si se aman? No. No se aman y Kostya lo sabe. Lo supo todo desde el principio pero... Pensó que ella no... Creyó que nunca... La mente a veces juega malas pasadas, sobre todo a aquello quienes tratan de jugar al oráculo. Marina, Marina, qué triste te veo y qué poco arrepentida. ¿Volverá…? -Tómame del brazo, no andemos como presos. -Y una chispa. Konstantín teme a Marina. -No hay muelles que acaben así. -Un coche fúnebre pasa raudo y les salpica. Marina cierra los ojos y respira hondo, luego sonríe y más tarde llora. Me quema tu hielo, me aprietas el alma con unas tijeras abiertas y arrojas esquirlas de hierro a mi corazón. -Vamos a casa, querida. Será la última vez, Amor.
Jhet. Delante el último puente, paso del Leteo que dirían los Antiguos. –Págame -exige Caronte con su cara macilenta. Abajo el río, el Moldava, Leteo de turbias aguas, enreda sus olas como crueles dedos en los remos de la barquichuela… -Págame -repite Caronte con su cara oscura, satélite muerto. Cerbero gruñe allá lejos. ¿Cerbero existe? Puente.
Puente. Pasión de los amantes sin esperanza. ¿Qué buscas, oh, Perséfone? Marina se acurruca en el lado derecho de Konstantín. Calor, Lluvia. Muerte. Tal vez si ahora… El puente no es demasiado alto. Una chispa, tu costado en el mío. En el mío cobra vida tu costado. Un nudo nos ata. ¿Me tiro abajo? No, dejaría tu mano. Puente, no marido, amante y desencuentro. Puente, dime que sueño, que abajo, en tu vacío me despeño, dime, Puente, que llegará el día que el alba me devolverá mi lucero y que la mañana… Dime que no es cierto, dime que no tienes ni tendrás… Fin.
-¿Aquí? -De acuerdo -dice ella. -Lo acepto -dice él.
Tet. Oh, calla y escucha, la fábrica no duerme, ninguno debería dormir. Nunca. Calla. Te diré el secreto que nunca debí conocer: yo no soy sino un animal herido en vientre. Se esfumó mi alma. Sólo el cuerpo que ya no quiere ser cuerpo, quiere morir. -Perdóname, no quería… -No importa, no llores, Marina, no llores. Somos los peones del tablero, alguien va jugando con nosotros ¿Quién? Konstantín apaga su cigarrillo contra el suelo y lo pisa cuidadosamente. -Qué lejos estás ya.
Yod. Y de nuevo al principio: la Esquina de Siempre. Y la calle, el café. Nuestro café, nuestra calle, ya no es nuestra: es tuya o mía. ¿Nosotros? Qué absurdo. Recuerdo que la dueña… Aquel aroma, el café sin sabor, aguado. La dueña… “¡Vivid, jóvenes! Vosotros que aún podéis” Estaba escrito en su cofia planchada a la holandesa. Mañana saldrá el sol por el oeste y ¿cuál será nuestra gesta? Ruptura. ¡Qué estúpido muro de siete letras! Arutpur. ¿Se ríe de nosotros? ¡Ah, no, estúpida! No sabe que nosotros ya no existimos. Suenan las trompetas de Apocalipsis, ¡Ruptura! ¡Ruptura! ¿Qué significa separación? Se oye cantar un cisne allá en el río. Jeder Engel ist schrecklich. Konstantín camina ensimismado. -Ya no… ¿Entonces? -No lo sé. Está claro: separarse es no compartir. Mas fudidos quedamos tú y yo.
Caf. El día se acaba. La cima de la montaña Smíchov relumbra en violeta y plomo. Ruptura. La lluvia ya no cae tan pesada sobre sus cabezas, o eso le parece a Marina. Un tajo limpio. Ruptura. Ojalá se acabara así el día: un chispazo y la aurora. Sutura. Ni un gesto: la herida podría abrirse, cada punto se ha grabado en mi memoria como destello de dolor. Pero es un herida limpia, sólo su rastro en la memoria algunas veces, como un olor conocido e ilocalizable. - ¿A la cima? -pregunta Konstantín, -¡Por última vez! -asiente Marina.
Lamed. Fuera, ¡fuera!, allá lejos... Campos, algún vallado, sólo existen los arrabales. Una luz mortecina ilumina los restos del día. Tendrán que bajar ciegos, primero la oscuridad y luego renacer: así empieza la oscura narración de los tiempos. El juego está perdido, jaque mate, ¡arrásalo todo, diluvio! ¡Dios mío! ¿Es esto acaso una prueba? Huyamos, amor. ¿No es más digno andar errante? Exilio: infinito regreso, la luz. Quedarse quietos es desaparecer; desaparecer, perpetuarse. La lluvia sigue cayendo fina y ya imperceptible a los ojos del otro. Si no pueden verse ¿existen las lágrimas que les arrasan el rostro? -Despacio, -dice Marina, -bajemos.
¿Alfanje? ¿Fuego?
Más simple, sin tanto ruido.
Alef. Marina pisa la calle. Primero ha sacado un piececito del portal y después el otro. Marina se coloca la falda discretamente y se acomoda el abrigo. Marina teme. El cielo, cubierto de herrumbre, presagia tormenta –¡cuán romántico! –Marina aspira hondo, se aparta el flequillo del rostro; empieza a caminar. Menos veinte, puntual. Praga se ilumina súbitamente: un relámpago. Un carro pasa cerca y Marina es salpicada. Marina corre a menos cuarto ¡corre, Marina! ¿Puntual? Sus piernas se mueven rítmicamente mientras el tiempo se encarga de mover la calle a su alrededor. Marina se atraganta y tose y llora y tose… y llueve, llueve mucho. Un anciano le pregunta si está bien “Gracias, en seguida se me pasa” contesta Marina. Son ya las seis y Él puntual como siempre, en la esquina de siempre. Un codo salido de la multitud se clava en las costillas de Marina, una bocina chilla airada ¡muévanse, interrumpen el tráfico! Todo o nada, Marina sonríe un poco triste y Él la mira un poco más triste que de costumbre. Un beso de madera. ¡Amor, Amor! ¡Tú que vives y reinas per saecula saeculorum! grita una de las Marinas. ¡Diluvio! ¡Catástrofe! ¡Huracán! ¡Holocausto! grita la otra. Konstantín dice: “Vamos a casa”.
Bet. ¿A casa? Desasosiego. Marina retrocede y abre los ojos con desmesura. ¿A casa? repite ella. La frase queda flotando en el aire unos instantes, después asciende sobre sus cabezas. No hay casa para nosotros. Marina agacha la cabeza. -Sí, aquí mismo, a diez pasos,- dice Konstantín. –Vamos,- y la coge de la mano. -¡Oh, Kostya! Si tú supieras… -Dos lágrimas de lluvia recorren el rostro de Marina. Konstantín la abraza, -No pienses tanto en ello.- Está bien.
Guimel. En el muelle, olas. Las barquitas, indefensas, luchan contra las olas, pero éstas nunca son lo bastante altas. Un hombre trata de sacar del agua la suya sin conseguirlo, le sangran las manos. -Tú y yo deberíamos, -se calla Marina y se agarra con fuerza a Konstantín. El agua se revuelve en el lecho del río. -Vamos a casa, querida. -El Moldava se retuerce en su lecho, quiere huir de él. Marina agarra con fuerza el brazo de Konstatín. Unas calles más adelante una luz resiste aún la furia de Zeus, una feria, una fiesta. Moldava manifiesta su enfado. No habrá fiesta, no habrá fiesta… No y no. -Vayamos a casa, querida, -insiste Konstantín, pero Marina no le oye. -Tú y yo deberíamos…, -retumba una voz en ella. -¿Marina? -No, caminemos. -Tú y yo deberíamos… -¿Tendremos valor?
Dalet. La luz se hace mayor a medida que se adentran de nuevo en la ciudad. Cogidos del brazo parecen un matrimonio de ancianos o las dos partes de un árbol que se entrelaza desde en tronco, Filemón y Baucis. El barullo de la gente aumenta y los turba. Una joven esposa es llevada hacia una hermosa calesa del brazo del nuevo recién casado. La muchacha, quinceañera núbil, sonríe y su esposo, sesentón, la ayuda a sentarse. El conductor tira de las riendas del caballo castaño y salen despacio entre vítores de viva-los-novios. Marina duda mucho que vivan, al menos él, sonríe con ironía para sí. Konstantín dice que deberían hablar. Por fin. -¿Tendremos valor? -un resto de serpentina de engancha en el tacón de su bota.
He. Konstantín suspira y Marina sabe que ha de ser ella la primera que hable. -¿Ya no me quieres? -Sí, —asevera él, —te quiero. -No, no es cierto, no me quieres. -Me siento cansado... -¿Lo ves? Ya no me quieres. -…triste, consumido… -¿Es esto nuestra casa? -La casa está en nosotros.
Qué hermosas palabras. Qué hermosas. Y qué será de mí si tú te vas, querido. Qué. Para quién serán mis poemas, para quién mis alegrías, y para quién mis llantos. No volveré a escribir. Quemaré mis diarios, quemaré mis plumas, tiraré la tinta al río, sí. Así que el Amor era esto.
-Por favor, usted primero. Marina entra en el café y se dirige al fondo, a la mesa de siempre, entre la sombras, fuera de la vista de miradas indiscretas. Una punzada: Serguéi. Konstantín pide dos cafés a la camarera; mientras esperan, tamborilea con los dedos en la mesa. -Vámonos, -Konstantín, ceñudo acelera el ritmo del tamborileo. Marina le mira apenada. -Vámonos -insiste. -Prefiero morir. -¡Basta ya! -Basta ya… Basta ya de banalidades, de viaje, de versos, de tranvías. ¿El Amor era esto? -El Amor significa la Vida. -No, otro nombre le daban los Antiguos. -¿Nos vamos? -¿Dónde? Elige: precipicio, bala, veneno… Muramos. -Yo prefiero la vida. -Rompamos pues.
Vav. Yo no quería esto, de veras. Yo quería sentir… y siento, gracias Kostya, siento, jirón desgarrado de mi alma, cómo revuelves mis entrañas lentamente. Sí, galante embustero, te atreves a regalarme el arma con que me mataste, te atreves a hacer que me crea dueña y señora de estas tierras cuando ya no valen nada. —Eres la primera que se me adelanta en la ruptura. —¡Ah, cruel mentiroso! Te ríes cordial y yo me muero. ¡Por favor! No hables de mí a las que me sucedan. No volveré a escribir, no quiero dramas. Me muerdo los labios, nos herimos, no lloramos. No, no lloramos, en canto y ceniza enterramos al muerto.
-Voy –Marina tiene que llorar -¡No me mires, camina! -La lluvia por fin.
El honor del fin. Por fin. La primera bailarina queda sola en el escenario y se encoge sobre sí misma. Me muerdo los labios, lo más duro en lo más tierno. No voy a llorar ¿cómo lograr que las lágrimas retornen a los ojos? No voy a llorar, no estoy llorando. ¿Así que seremos como hermanos? Tu risa, saeta de fuego, ceniza de la hermana, muerta, ríe aún. Hermanos.
Zayin. El río de nuevo. Se re-tuer-ce, el río sigue llorando. Hacia dentro. Los ojos de Marina se posan en el muelle. Las lágrimas de Marina se posan en el suelo, en su tumba de barro y piedras. Konstantín se para un par de metros por delante y a mira y ella al río. Él hace un gesto con el brazo, va a tocarla pero se arrepiente en el camino y brazo vuelve a su lugar como muerto. Él también tiene ganas de llorar pero aguanta. ¿Acaso deben separarse si se aman? No. No se aman y Kostya lo sabe. Lo supo todo desde el principio pero... Pensó que ella no... Creyó que nunca... La mente a veces juega malas pasadas, sobre todo a aquello quienes tratan de jugar al oráculo. Marina, Marina, qué triste te veo y qué poco arrepentida. ¿Volverá…? -Tómame del brazo, no andemos como presos. -Y una chispa. Konstantín teme a Marina. -No hay muelles que acaben así. -Un coche fúnebre pasa raudo y les salpica. Marina cierra los ojos y respira hondo, luego sonríe y más tarde llora. Me quema tu hielo, me aprietas el alma con unas tijeras abiertas y arrojas esquirlas de hierro a mi corazón. -Vamos a casa, querida. Será la última vez, Amor.
Jhet. Delante el último puente, paso del Leteo que dirían los Antiguos. –Págame -exige Caronte con su cara macilenta. Abajo el río, el Moldava, Leteo de turbias aguas, enreda sus olas como crueles dedos en los remos de la barquichuela… -Págame -repite Caronte con su cara oscura, satélite muerto. Cerbero gruñe allá lejos. ¿Cerbero existe? Puente.
Puente. Pasión de los amantes sin esperanza. ¿Qué buscas, oh, Perséfone? Marina se acurruca en el lado derecho de Konstantín. Calor, Lluvia. Muerte. Tal vez si ahora… El puente no es demasiado alto. Una chispa, tu costado en el mío. En el mío cobra vida tu costado. Un nudo nos ata. ¿Me tiro abajo? No, dejaría tu mano. Puente, no marido, amante y desencuentro. Puente, dime que sueño, que abajo, en tu vacío me despeño, dime, Puente, que llegará el día que el alba me devolverá mi lucero y que la mañana… Dime que no es cierto, dime que no tienes ni tendrás… Fin.
-¿Aquí? -De acuerdo -dice ella. -Lo acepto -dice él.
Tet. Oh, calla y escucha, la fábrica no duerme, ninguno debería dormir. Nunca. Calla. Te diré el secreto que nunca debí conocer: yo no soy sino un animal herido en vientre. Se esfumó mi alma. Sólo el cuerpo que ya no quiere ser cuerpo, quiere morir. -Perdóname, no quería… -No importa, no llores, Marina, no llores. Somos los peones del tablero, alguien va jugando con nosotros ¿Quién? Konstantín apaga su cigarrillo contra el suelo y lo pisa cuidadosamente. -Qué lejos estás ya.
Yod. Y de nuevo al principio: la Esquina de Siempre. Y la calle, el café. Nuestro café, nuestra calle, ya no es nuestra: es tuya o mía. ¿Nosotros? Qué absurdo. Recuerdo que la dueña… Aquel aroma, el café sin sabor, aguado. La dueña… “¡Vivid, jóvenes! Vosotros que aún podéis” Estaba escrito en su cofia planchada a la holandesa. Mañana saldrá el sol por el oeste y ¿cuál será nuestra gesta? Ruptura. ¡Qué estúpido muro de siete letras! Arutpur. ¿Se ríe de nosotros? ¡Ah, no, estúpida! No sabe que nosotros ya no existimos. Suenan las trompetas de Apocalipsis, ¡Ruptura! ¡Ruptura! ¿Qué significa separación? Se oye cantar un cisne allá en el río. Jeder Engel ist schrecklich. Konstantín camina ensimismado. -Ya no… ¿Entonces? -No lo sé. Está claro: separarse es no compartir. Mas fudidos quedamos tú y yo.
Caf. El día se acaba. La cima de la montaña Smíchov relumbra en violeta y plomo. Ruptura. La lluvia ya no cae tan pesada sobre sus cabezas, o eso le parece a Marina. Un tajo limpio. Ruptura. Ojalá se acabara así el día: un chispazo y la aurora. Sutura. Ni un gesto: la herida podría abrirse, cada punto se ha grabado en mi memoria como destello de dolor. Pero es un herida limpia, sólo su rastro en la memoria algunas veces, como un olor conocido e ilocalizable. - ¿A la cima? -pregunta Konstantín, -¡Por última vez! -asiente Marina.
Lamed. Fuera, ¡fuera!, allá lejos... Campos, algún vallado, sólo existen los arrabales. Una luz mortecina ilumina los restos del día. Tendrán que bajar ciegos, primero la oscuridad y luego renacer: así empieza la oscura narración de los tiempos. El juego está perdido, jaque mate, ¡arrásalo todo, diluvio! ¡Dios mío! ¿Es esto acaso una prueba? Huyamos, amor. ¿No es más digno andar errante? Exilio: infinito regreso, la luz. Quedarse quietos es desaparecer; desaparecer, perpetuarse. La lluvia sigue cayendo fina y ya imperceptible a los ojos del otro. Si no pueden verse ¿existen las lágrimas que les arrasan el rostro? -Despacio, -dice Marina, -bajemos.
2 comentarios:
somehow i'll find my way home ;)
claro que el amor era esto
la palabra de abajo, coseri
falta la u
besos
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