En mi ciudad, que no es una ciudad sino una villa, se hace todos los junios un mercadillo de libros antiguos y de ocasión. Creo que dura dos semanas. Recuerdo cuando era pequeña y me llevaba mi padre; volvía a casa cargada de libros polvorientos en los cuales descubrí muchas cosas, sobre los autores, los protagonistas y sobre mí misma. Me paso todos los años un par de veces: la primera es una aproximación reconocimiento, pasar de puesto en puesto, vigilante y atenta. En busca de la ganga perfecta. Este año me traje dos libros de esa visión de reconocimiento: Los árboles mueren de pie (adoro a Casona) y una compilación de Pasos de Lope de Rueda nuevecita. Siempre vuelvo a casa con una gran desazón, nunca encuentro a la primera eso que te hace volver inmediatamente a casa y leerlo febrilmente. Además en junio son los exámenes, y este año eran los últimos de mi carrera (¡yuju, licenciada!). Y, si no fuera poco, con tanto examen y tanto trabajo este año sólo bajé dos veces. La segunda vez fue un jueves, quedaban dos días para que se clausurase el mercadillo y yo había decidido tomarme ese día libre. Mientras mi media Piña revolvía en las pilas de Marvel y me puse a revolver en una pila de revistas literarias la mayoría de ellas repetidas. Y allí estaba el ejemplar de Litoral dedicado a escritoras españolas del XX. Lo cogí y casi no me atrevía a preguntarle al chico cuánto costaba, pero lo hice y me dijo que 5 euros. ¡Estaba nuevo! ¡Con plástico y todo! Dentro tenía una hoja de suscripción y un marcapáginas a juego con la revista. Este número es, por cierto, de 1986. Por eso me temía el precio. Ahora está aquí, abierto por un poema de Concha Méndez, la otra olvidada del 27.
Ahondad en mí.
No me encontrareis
por más que me preste
a unirme a vosotros
y os muestre mi alma...
y os hablen mis ojos...
Por más que mi vida
sea el sacrificio
de todos los días
y querais rendirme
lo que me debeis,
¡no me encontraréis!
Lo cierto es que abrí la revista al azar, pero ahora que leo despacio el poema me parece una queja. Una queja de las poetisas y escritoras invisibles del 27, olvidadas todas en las estanterías de las bibliotecas. Yo nunca había leído nada de Concha Méndez hasta que compré la revista. Yo, licenciada en Filología hispánica por literatura (y con grado, en próximas entregas), sabía que la mujer de Altolaguirre había colaborado con él a nivel de escritores, codo con codo. Pero no había leído nada auténticamente suyo.
Repito: cosas que pasan.
3 comentarios:
yo sé dónde buscarte ;)
Al menos tú sí la has encontrado. La voz anónima del 27. Cuántas más habrá en ese y en otros momentos gloriosos de las letras.
¡Pero si siempre soy yo la que te encuentra a ti!
:P
Publicar un comentario